El olor de la pobreza tiene momentos “cotizables” cuando aspirantes
presidenciales, salvo excepciones, simulan con un saludo de mano, un abrazo o
una sonrisa de oreja a oreja que revertirán la condición de miseria con
promesas que no se cumplen o terminan en
vulgares paliativos.
Allí, donde está el olor de la pobreza, se llueven los candidatos como
abeja al panal. Es precisamente en ese segmento
poblacional donde generalmente está la crema y nata de la humildad, de
la solidaridad y la disposición al
trabajo usualmente “medalaganario”.
En el caso de la República Dominicana la Organización Nacional de Estadística
(ONE), en su página digital, estima para este año 2015 más de 10 millones 496
mil 535 habitantes repartidos en 5 millones 264 mil 671 hembras y 5 millones
231 mil 864 varones, con una diferencia de 32 mil 807 a favor de las primeras.
Ese segmento poblacional se divide en un grupo de ricos y un montón de pobres
quienes probablemente no pocas veces inclinarán su mirada hacia cielo y
musitarán “Ojalá que llueva a café” (como musicaliza el bendecido Juan Luis
Guerra) para no ir a la faena en el campo o la ciudad con el estómago vacío.
Tras el olor de la pobreza, olor límpido como ninguno, cada cuatro años
hacen su “aparición” quienes se
recuerdan para esta etapa de su
existencia.
Acuden con humectantes para lavarse las manos con frecuencia tras los contactos
con el olor de la pobreza. Pero éstos últimos están despertando, por aquello de
que los tropezones hacen levantar los pies.
La educación para niños, adolescentes y adultos con facilidades que eran
imprescindibles está despertando a esta población ya consciente de que debe
aprender a pescar, no a que le den el pescado.
La dádiva, hasta cierto punto, es un insulto. El pobre lo que precisa es
de facilidades para emprender actividades diversas, asesoramiento y seguimiento
para lograr buen resultado y salir adelante, en lo que no pocos ya han tenido
éxitos en distintas áreas.
De ahí que es indispensable que los más vulnerables sigan afianzando su
conocimiento y ser sabedores de que tendrán en su entorno aquellos que van tras el olor de la pobreza
solo porque necesitan su voto en las urnas.
En los países donde la pobreza raya la impiedad, ésta condición suele
ser “camuflajeada” en tiempos de campaña
electoral con ofertas irascibles que usualmente no pasan de simples alharacas.
Por : CÁNDIDA FIGUEREO