21 de abril de 2015

Al hablar de los periodistas de “lujo” se podría pensar en un exiguo grupito de millonarios que tiene resuelto los santos días que les quedan por vivir, opulencia que a nadie le va ni le viene porque cada quien es dueño de sus luces y sus sombras.  

Esto trata de periodistas de larga y corta data dedicados a este oficio que aman de manera visceral a contrapelo de las vicisitudes a su paso y al cacareo cada 5 de abril por la situación económica que los arropa.

Estos hombres y mujeres viven lo que hacen y  ejercen con decoro a sabiendas de que con el salario tienen que arroparse hasta donde la sábana llegue. Igual que ellos están sus jefes inmediatos y no tan inmediatos.

Hablar de este tema jamás se aproxima a una especie de jaque mate. No, no, no. Ni soñarlo. Pocos, muy pocos, lo abordan para que no se revierta en su contra. Empero, para todos es una aspiración colectiva y necesaria.

Influye-quizás- la yuxtaposición entre el pago que se destina a este personal y los ingresos fruto de publicidad para que sobrevivan los medios, tajada que puede resultar exigua por la competitividad entre prensa, digitales y otros negocios que se “roban” el show.

Una buena parte de los profesionales de la tecla está empobrecido, sin hogar propio, sin vehículos y otros enfermos en la escalera jerárquica de algunos medios o en otras instancias donde ofrecen sus servicios.

Si no fuera porque el Estado pensiona a quienes trabajan en sus instituciones  en horario diferente al comprometido con la prensa y/o digitales, no pocos estarían con la hierba alta en un camposanto con el acrónimo Inri en el crucifijo.

Los hay muy enfermos en otras latitudes y a nivel local, usualmente olvidados y no visitados de cuando en vez por razones diversas y desidia.

La calidad de este profesional –piensan algunos tremebundos-, se compensa con la notoriedad que adquiere al figurar su nombre en las notas o reportajes de su autoría.

Mientras que si se hablara de culpas y de que el “Dios-dinero corrompe periodistas”  como dijera el  apreciado Arzobispo Ramón Benito de la Rosa y Capio, probablemente con un pico de verdad, consuela pensar que son los menos. Muy buenos troncos reconocidos en este oficio se dejarían arropar por la corruptela a pesar de que no pocos están pasando “el Niágara en bicicleta”.

En estos tiempos convulsos  parecería que hay una mezcolanza de la cizaña y el trigo, pero no. Los periodistas de “lujo”, hombres y mujeres que viven el día a día con honestidad,  son imbatibles y fáciles de reconocer por su excelente desempeño a pesar de que en este país la calidad no se paga.

Por: CÁNDIDA FIGUEREO
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Periodistas de “lujo”

Al hablar de los periodistas de “lujo” se podría pensar en un exiguo grupito de millonarios que tiene resuelto los santos días que les quedan por vivir, opulencia que a nadie le va ni le viene porque cada quien es dueño de sus luces y sus sombras.  

Esto trata de periodistas de larga y corta data dedicados a este oficio que aman de manera visceral a contrapelo de las vicisitudes a su paso y al cacareo cada 5 de abril por la situación económica que los arropa.

Estos hombres y mujeres viven lo que hacen y  ejercen con decoro a sabiendas de que con el salario tienen que arroparse hasta donde la sábana llegue. Igual que ellos están sus jefes inmediatos y no tan inmediatos.

Hablar de este tema jamás se aproxima a una especie de jaque mate. No, no, no. Ni soñarlo. Pocos, muy pocos, lo abordan para que no se revierta en su contra. Empero, para todos es una aspiración colectiva y necesaria.

Influye-quizás- la yuxtaposición entre el pago que se destina a este personal y los ingresos fruto de publicidad para que sobrevivan los medios, tajada que puede resultar exigua por la competitividad entre prensa, digitales y otros negocios que se “roban” el show.

Una buena parte de los profesionales de la tecla está empobrecido, sin hogar propio, sin vehículos y otros enfermos en la escalera jerárquica de algunos medios o en otras instancias donde ofrecen sus servicios.

Si no fuera porque el Estado pensiona a quienes trabajan en sus instituciones  en horario diferente al comprometido con la prensa y/o digitales, no pocos estarían con la hierba alta en un camposanto con el acrónimo Inri en el crucifijo.

Los hay muy enfermos en otras latitudes y a nivel local, usualmente olvidados y no visitados de cuando en vez por razones diversas y desidia.

La calidad de este profesional –piensan algunos tremebundos-, se compensa con la notoriedad que adquiere al figurar su nombre en las notas o reportajes de su autoría.

Mientras que si se hablara de culpas y de que el “Dios-dinero corrompe periodistas”  como dijera el  apreciado Arzobispo Ramón Benito de la Rosa y Capio, probablemente con un pico de verdad, consuela pensar que son los menos. Muy buenos troncos reconocidos en este oficio se dejarían arropar por la corruptela a pesar de que no pocos están pasando “el Niágara en bicicleta”.

En estos tiempos convulsos  parecería que hay una mezcolanza de la cizaña y el trigo, pero no. Los periodistas de “lujo”, hombres y mujeres que viven el día a día con honestidad,  son imbatibles y fáciles de reconocer por su excelente desempeño a pesar de que en este país la calidad no se paga.

Por: CÁNDIDA FIGUEREO