Al hablar de los periodistas de “lujo” se podría pensar en un
exiguo grupito de millonarios que tiene resuelto los santos días que les quedan
por vivir, opulencia que a nadie le va ni le viene porque cada quien es dueño
de sus luces y sus sombras.
Esto trata de periodistas de larga y corta data dedicados a
este oficio que aman de manera visceral a contrapelo de las vicisitudes a su
paso y al cacareo cada 5 de abril por la situación económica que los arropa.
Estos hombres y mujeres viven lo que hacen y ejercen con decoro a sabiendas de que con el
salario tienen que arroparse hasta donde la sábana llegue. Igual que ellos
están sus jefes inmediatos y no tan inmediatos.
Hablar de este tema jamás se aproxima a una especie de jaque
mate. No, no, no. Ni soñarlo. Pocos, muy pocos, lo abordan para que no se
revierta en su contra. Empero, para todos es una aspiración colectiva y
necesaria.
Influye-quizás- la yuxtaposición entre el pago que se destina
a este personal y los ingresos fruto de publicidad para que sobrevivan los
medios, tajada que puede resultar exigua por la competitividad entre prensa,
digitales y otros negocios que se “roban” el show.
Una buena parte de los profesionales de la tecla está
empobrecido, sin hogar propio, sin vehículos y otros enfermos en la escalera
jerárquica de algunos medios o en otras instancias donde ofrecen sus servicios.
Si no fuera porque el Estado pensiona a quienes trabajan en
sus instituciones en horario diferente
al comprometido con la prensa y/o digitales, no pocos estarían con la hierba
alta en un camposanto con el acrónimo Inri en el crucifijo.
Los hay muy enfermos en otras latitudes y a nivel local,
usualmente olvidados y no visitados de cuando en vez por razones diversas y
desidia.
La calidad de este profesional –piensan algunos tremebundos-,
se compensa con la notoriedad que adquiere al figurar su nombre en las notas o
reportajes de su autoría.
Mientras que si se hablara de culpas y de que el “Dios-dinero
corrompe periodistas” como dijera
el apreciado Arzobispo Ramón Benito de
la Rosa y Capio, probablemente con un pico de verdad, consuela pensar que son
los menos. Muy buenos troncos reconocidos en este oficio se dejarían arropar
por la corruptela a pesar de que no pocos están pasando “el Niágara en
bicicleta”.
Por: CÁNDIDA
FIGUEREO