27 de junio de 2017

Por Eva Golinger, escritora e investigadora estadounidense. Estamos viviendo un suspenso político en Estados Unidos, como una película de Hollywood. Ha sido excitante, asombroso y a la vez, decepcionante.

No sé si ustedes conocen la serie de televisión, 'The Americans' (Los Americanos).  A mí me encanta. He visto todos los episodios hasta ahora. Es sobre una red de espías rusos que está infiltrada en la sociedad estadounidense para ejecutar operaciones secretas a favor de la Unión Soviética. La pareja protagonista (ambos muy atractivos, por supuesto) se hace pasar por esposos estadounidenses, sin acento ruso, con nombres comunes y corrientes, totalmente gringos normales. En realidad, son espías rusos encargados de sacar información secreta del Gobierno estadounidense, entrenados desde jóvenes para enmascararse en la cultura estadounidense, expertos en el arte de engañar y en las tácticas de matar. Son asesinos y a la vez madre y padre de familia con dos hijos nacidos en Estados Unidos. Llevan una vida relativamente normal, al parecer. Son trabajadores aburridos de una empresa que vende viajes turísticos de día y de noche asumen otras identidades con pelucas y todo, para reclutar a sus agentes e informantes y en algunos casos, matar al enemigo. Tan malos que son. ¡Me fascinan!
'Los Americanos' comenzó en 2013, mucho antes del ascenso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos. Por cierto, la serie fue fundamentada en el descubrimiento de una red de presuntos espías rusos que fue descubierta en 2010 en los suburbios de Nueva York y Boston. La noticia fue escandalosa porque las 11 personas implicadas no tenían ningún rasgo ruso ni habían levantado sospechas entre sus vecinos, amigos o colegas. Habían vivido décadas en vecindarios estadounidenses como si nada. Normal. Yo recuerdo que conocí una de ellos, una periodista peruana afincada desde hace mucho años en Nueva York, Vicky Peláez. Ella escribía para 'El Diario de Nueva York' y siempre llevaba posturas izquierdistas en espacios donde la línea editorial era bastante derechista. Lo increíble, según el cuento, es que ni ella sabía que era espía rusa. Realmente el acusado era su esposo, Juan José Lázaro, cuyo nombre real era supuestamente Mijaíl Vasenkov, aunque Vicky nunca había escuchado ese nombre. Ella pensaba que era un neoyorquino de origen latino, nada que ver con Rusia. Estuvieron juntos 30 años, y tenían un hijo, hasta que el FBI los detuvo, acusados de espionaje. Fueron todos deportados a Rusia en un intercambio de espías entre Washington y Moscú. A lo mejor nunca sabremos la verdadera historia sobre estos 'americanos', pero ha dado bastante tela que cortar para la serie de televisión.
Lo menciono porque desde la llegada de Donald Trump a la presidencia, el país está viviendo su propia telenovela de espionaje rojo. Día tras día estamos absorbidos por las noticias sobre los vínculos entre el equipo de Trump y los rusos. En las noches cuando ya tengo un tiempito libre para ver la televisión, ni me interesan las otras series o los programas de entretenimiento. Tenemos a nuestro 'americanos' en carne viva, solo hay que ver los noticieros y los programas de opinión política en cable. Es Rusia y Putin, día y noche. La actual temporada de 'Los Americanos' ya terminó, pero ni me he dado cuenta, porque tenemos a Trump. El amor que Trump ha profesado por Vladímir Putin es sola una evidencia más que comprueba que este 'americano' ha sido puesto en la Oficina Oval en la operación más siniestra de la historia estadounidense. Y para colmo, ¡la esposa de Trump es de Europa Oriental! ¿No lo ven? De Eslovenia, ¡del antiguo bloque comunista! Todo está muy claro. 
El yerno de Trump con su empresa inmobiliaria multimillonaria y de inversiones hace negocios con los rusos y hasta tuvo reuniones con el embajador de Moscú en Washington, Serguéi Kisliak durante la campaña electoral, y también durante la transición entre el final del Gobierno de Obama y el comienzo de Trump. Obviamente estaban conspirando para entregar todos los secretos de Washington a Putin. El breve jefe de campaña de Trump, Paul Manafort, fue asesor de Víctor Yanukóvich, el presidente ucranio derrocado en el golpe de Estado en 2014 y amigo de Putin. Otro hilo más. Y Trump despidió al jefe del FBI, quien estaba encargado de la investigación sobre la supuesta colaboración entre su campaña y los rusos. Sin duda, lo hizo de manera tan torpe para impedir que la verdad saliera a la luz pública.
Lo que más ha llamado la atención sobre el comportamiento raro de Trump, y hay mucho, porque el tipo es bien extraño, desde su peinado conocido como 'la cebolla', hasta su piel anaranjada, ha sido su incapacidad de hablar mal de Vladímir Putin. Obviamente hay algo sospechoso cuando un presidente estadounidense no tiene ni una sola palabra despectiva sobre Putin. Porque, es Putin, el diablo, el genio malévolo que nos quiere destruir. ¿Comprenden? A lo mejor los rusos le lavaron el cerebro de Trump (no sería tan difícil, porque debe ser pequeño), o como alegan algunos expertos del mundo de la inteligencia y el espionaje, Putin tiene un expediente escandaloso sobre Trump en sus manos, que incluye hasta "duchas doradas" en hoteles lujosos de Moscú. ¡Ay papá!
Hay un traidor en la Casa Blanca, de eso no hay duda. Pero no por ser un agente secreto de Rusia que está siguiendo las órdenes de Vladímir Putin para destruir a los Estados Unidos de América tal cual como lo conocemos. Trump no tiene ni la más mínima capacidad para mantener un secreto, menos para ejecutar una operación clandestina de tal magnitud. El tipo tuitea en la mañanita cuando está solo en su (¿baño?) cuarto, de manera impulsiva y fuera de control.  Dice de todo, sin escrúpulos. Hasta revela secretos de Estado a extranjeros en reuniones bilaterales. Claro, lo hizo con el canciller ruso, algo sospechoso, por supuesto. Pero no, no es por eso que es un traidor. Es por algo mucho menos sexy y excitante. Lo siento. 
Es porque a Donald Trump solo le interesa sí mismo, sus ganancias, su ego, su poder. El traiciona todo el sentido de ser un jefe de Estado, quien debería gobernar a favor de su patria, por el bienestar de su pueblo. Pero no. Donald Trump cedió los poderes militares como comandante en jefe al Pentágono, ni siquiera se entera de las nuevas guerras y operaciones militares que está planeando su secretario de Defensa. No le interesa. A Donald Trump no le importa si los ciudadanos estadounidenses tienen atención médica o acceso a la educación. La prensa libre es su enemigo, el solo quiere una cobertura que lo halague y promocione.  La Casa Blanca se ha convertido en su centro de negocios. Los hoteles que llevan su nombre están de moda, sus campos de golf están en ocupación máxima y todos los inversionistas internacionales le quieren dar plata a cambio de favores políticos y económicos. Donald Trump es el presidente prepago, el capitalista salvaje que hasta vendería la misma Casa Blanca (a los rusos) por un monto lucrativo si fuera legal. Así que, el frenesí en los medios estadounidenses sobre el eje Trump-Putin es muy divertido, pero probablemente no tiene mucha sustancia. Lejos de ser un espía maquiavélico, Donald Trump es nada más y nada menos que un patético gato gordo, esclavo de la rancia codicia del club de millonarios. (Aunque aún creo que Melania, su renuente esposa, es la verdadera espía. Esa sí sería una buena película o serie de televisión).


Fuente: https://actualidad.rt.com/



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¿Es Donald Trump un agente ruso?

Por Eva Golinger, escritora e investigadora estadounidense. Estamos viviendo un suspenso político en Estados Unidos, como una película de Hollywood. Ha sido excitante, asombroso y a la vez, decepcionante.

No sé si ustedes conocen la serie de televisión, 'The Americans' (Los Americanos).  A mí me encanta. He visto todos los episodios hasta ahora. Es sobre una red de espías rusos que está infiltrada en la sociedad estadounidense para ejecutar operaciones secretas a favor de la Unión Soviética. La pareja protagonista (ambos muy atractivos, por supuesto) se hace pasar por esposos estadounidenses, sin acento ruso, con nombres comunes y corrientes, totalmente gringos normales. En realidad, son espías rusos encargados de sacar información secreta del Gobierno estadounidense, entrenados desde jóvenes para enmascararse en la cultura estadounidense, expertos en el arte de engañar y en las tácticas de matar. Son asesinos y a la vez madre y padre de familia con dos hijos nacidos en Estados Unidos. Llevan una vida relativamente normal, al parecer. Son trabajadores aburridos de una empresa que vende viajes turísticos de día y de noche asumen otras identidades con pelucas y todo, para reclutar a sus agentes e informantes y en algunos casos, matar al enemigo. Tan malos que son. ¡Me fascinan!
'Los Americanos' comenzó en 2013, mucho antes del ascenso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos. Por cierto, la serie fue fundamentada en el descubrimiento de una red de presuntos espías rusos que fue descubierta en 2010 en los suburbios de Nueva York y Boston. La noticia fue escandalosa porque las 11 personas implicadas no tenían ningún rasgo ruso ni habían levantado sospechas entre sus vecinos, amigos o colegas. Habían vivido décadas en vecindarios estadounidenses como si nada. Normal. Yo recuerdo que conocí una de ellos, una periodista peruana afincada desde hace mucho años en Nueva York, Vicky Peláez. Ella escribía para 'El Diario de Nueva York' y siempre llevaba posturas izquierdistas en espacios donde la línea editorial era bastante derechista. Lo increíble, según el cuento, es que ni ella sabía que era espía rusa. Realmente el acusado era su esposo, Juan José Lázaro, cuyo nombre real era supuestamente Mijaíl Vasenkov, aunque Vicky nunca había escuchado ese nombre. Ella pensaba que era un neoyorquino de origen latino, nada que ver con Rusia. Estuvieron juntos 30 años, y tenían un hijo, hasta que el FBI los detuvo, acusados de espionaje. Fueron todos deportados a Rusia en un intercambio de espías entre Washington y Moscú. A lo mejor nunca sabremos la verdadera historia sobre estos 'americanos', pero ha dado bastante tela que cortar para la serie de televisión.
Lo menciono porque desde la llegada de Donald Trump a la presidencia, el país está viviendo su propia telenovela de espionaje rojo. Día tras día estamos absorbidos por las noticias sobre los vínculos entre el equipo de Trump y los rusos. En las noches cuando ya tengo un tiempito libre para ver la televisión, ni me interesan las otras series o los programas de entretenimiento. Tenemos a nuestro 'americanos' en carne viva, solo hay que ver los noticieros y los programas de opinión política en cable. Es Rusia y Putin, día y noche. La actual temporada de 'Los Americanos' ya terminó, pero ni me he dado cuenta, porque tenemos a Trump. El amor que Trump ha profesado por Vladímir Putin es sola una evidencia más que comprueba que este 'americano' ha sido puesto en la Oficina Oval en la operación más siniestra de la historia estadounidense. Y para colmo, ¡la esposa de Trump es de Europa Oriental! ¿No lo ven? De Eslovenia, ¡del antiguo bloque comunista! Todo está muy claro. 
El yerno de Trump con su empresa inmobiliaria multimillonaria y de inversiones hace negocios con los rusos y hasta tuvo reuniones con el embajador de Moscú en Washington, Serguéi Kisliak durante la campaña electoral, y también durante la transición entre el final del Gobierno de Obama y el comienzo de Trump. Obviamente estaban conspirando para entregar todos los secretos de Washington a Putin. El breve jefe de campaña de Trump, Paul Manafort, fue asesor de Víctor Yanukóvich, el presidente ucranio derrocado en el golpe de Estado en 2014 y amigo de Putin. Otro hilo más. Y Trump despidió al jefe del FBI, quien estaba encargado de la investigación sobre la supuesta colaboración entre su campaña y los rusos. Sin duda, lo hizo de manera tan torpe para impedir que la verdad saliera a la luz pública.
Lo que más ha llamado la atención sobre el comportamiento raro de Trump, y hay mucho, porque el tipo es bien extraño, desde su peinado conocido como 'la cebolla', hasta su piel anaranjada, ha sido su incapacidad de hablar mal de Vladímir Putin. Obviamente hay algo sospechoso cuando un presidente estadounidense no tiene ni una sola palabra despectiva sobre Putin. Porque, es Putin, el diablo, el genio malévolo que nos quiere destruir. ¿Comprenden? A lo mejor los rusos le lavaron el cerebro de Trump (no sería tan difícil, porque debe ser pequeño), o como alegan algunos expertos del mundo de la inteligencia y el espionaje, Putin tiene un expediente escandaloso sobre Trump en sus manos, que incluye hasta "duchas doradas" en hoteles lujosos de Moscú. ¡Ay papá!
Hay un traidor en la Casa Blanca, de eso no hay duda. Pero no por ser un agente secreto de Rusia que está siguiendo las órdenes de Vladímir Putin para destruir a los Estados Unidos de América tal cual como lo conocemos. Trump no tiene ni la más mínima capacidad para mantener un secreto, menos para ejecutar una operación clandestina de tal magnitud. El tipo tuitea en la mañanita cuando está solo en su (¿baño?) cuarto, de manera impulsiva y fuera de control.  Dice de todo, sin escrúpulos. Hasta revela secretos de Estado a extranjeros en reuniones bilaterales. Claro, lo hizo con el canciller ruso, algo sospechoso, por supuesto. Pero no, no es por eso que es un traidor. Es por algo mucho menos sexy y excitante. Lo siento. 
Es porque a Donald Trump solo le interesa sí mismo, sus ganancias, su ego, su poder. El traiciona todo el sentido de ser un jefe de Estado, quien debería gobernar a favor de su patria, por el bienestar de su pueblo. Pero no. Donald Trump cedió los poderes militares como comandante en jefe al Pentágono, ni siquiera se entera de las nuevas guerras y operaciones militares que está planeando su secretario de Defensa. No le interesa. A Donald Trump no le importa si los ciudadanos estadounidenses tienen atención médica o acceso a la educación. La prensa libre es su enemigo, el solo quiere una cobertura que lo halague y promocione.  La Casa Blanca se ha convertido en su centro de negocios. Los hoteles que llevan su nombre están de moda, sus campos de golf están en ocupación máxima y todos los inversionistas internacionales le quieren dar plata a cambio de favores políticos y económicos. Donald Trump es el presidente prepago, el capitalista salvaje que hasta vendería la misma Casa Blanca (a los rusos) por un monto lucrativo si fuera legal. Así que, el frenesí en los medios estadounidenses sobre el eje Trump-Putin es muy divertido, pero probablemente no tiene mucha sustancia. Lejos de ser un espía maquiavélico, Donald Trump es nada más y nada menos que un patético gato gordo, esclavo de la rancia codicia del club de millonarios. (Aunque aún creo que Melania, su renuente esposa, es la verdadera espía. Esa sí sería una buena película o serie de televisión).


Fuente: https://actualidad.rt.com/