Tras navegar seis horas por un serpenteante y estrecho
río, un equipo de científicos estadounidenses llegan al corazón de la selva del
Congo para estudiar a la población de una pequeña villa donde se detectó la
presencia de una amenaza latente: la viruela del mono.
Los miembros del Centro de Control de Enfermedades y
prevención buscan terminar con un misterio que lleva décadas. Esta enfermedad,
prima de la fatal viruela, se propaga mediante el contacto entre el hombre y
los animales, pero luego puede ser transmitida entre las personas. Sus síntomas
más notorios son la fiebre y una erupción que luego quedan como dolorosas
heridas.
Según los pacientes tratados, es como tener quemaduras de
cigarrillo por todo el cuerpo.
Jeff Doty y Clint Morgan, científicos estadounidenses,
trabajan con Lem’s Kalemba, un experto local, para conseguir medicamentos
(Washington Post)
Su mortalidad es preocupante: mata a 1 de cada 10
pacientes, una tasa similar a la de la peste pulmonar. Durante el último año,
los reportes alcanzaron alarmantes niveles que motivaron la invitación del
gobierno local a los investigadores extranjeros.
Manfouete, la villa donde trabaja el equipo
norteamericano, tiene 1.600 habitantes, sin electricidad ni agua corriente. Los
investigadores son recibidos con alegría por los niños, luego de un trayecto
complicado. La zona todavía es afectada por enfermedades como el ébola o la
lepra.
Desde la capital de Congo, se toma un vuelo y luego un
largo recorrido en bote.
Desde el año pasado, los casos detectados de la viruela
del mono están en aumento. Pacientes han sido tratados en Liberia, Sierra
Leona, República Centroafricana y Nigeria. Algunos se infectaron cuidando a
algún familiar. Otros, en contacto con animales, ya sea durante la caza o en la
cocina. Pese a su nombre, el mal es contagiado principalmente a través de
roedores. Por ello, los científicos llevaron una multitud de trampas para
atrapar a ratones y ardillas y poder estudiarlos.
En una mezcla de inglés, francés y lingala, se negocian
los pagos para los traslados, la comida y todo lo necesario para su tarea. La
recolección de los animales capturados es una labor intensa y peligrosa. El
objetivo es determinar qué animales son los que más portan el virus, para saber
si suelen estar en árboles o en la tierra, si son diurnos o nocturnos. Todo
dato es bienvenido para planear la estrategia. "La ecología es más
complicada que la ciencia espacial", apunta el biólogo Jeff Doty. En un
buen día capturan cerca de 13 roedores. Quieren llegar a 250.
El bote navega por seis horas para llegar hasta
Manfouete, donde se cree que puede haber nacido el brote.
El bote navega por seis horas para llegar hasta
Manfouete, donde se cree que puede haber nacido el brote.
Mientras estudian a los animales, dos pacientes se
acercan para pedir ayuda. Los jóvenes de 17 y 19 años muestran las huellas de
la enfermedad en su cuerpo. Uno ya tiene fiebre. Dos semanas antes, habían
perdido a su abuelo, que también presentaba síntomas similares.
Los científicos que los atienden no son médicos. Usan
agujas esterilizadas para tratar las heridas y les brindan antibióticos. Antes
que terminen de examinarlos, un tercer hermano se presenta con el mismo cuadro.
La madre, Delphine Boutene, explica con preocupación que tiene 10 hijos:
"Temo que ellos también mueran".
De regreso al laboratorio, retoman el análisis de los
animales. Los integrantes del equipo están vacunados, lo que ofrece una
protección del 85% contra la enfermedad. Usan guantes, protección para los ojos
y una cobertura para el rostro y el cuello.
A todos los animales se les saca una muestra de sangre y
se registra su sexo, edad aproximada, medidas y estado de salud. Un GPS
adherido permitirá conocer los hábitos de aquellos que den positivo, para
llegar a su madriguera.
Nuevos casos de la viruela del mono se continúan
reportando (Washington Post)
Dos días antes de partir, un hallazgo los entusiasma. Una
rata gigante, de medidas no antes vistas, presenta lesiones que pueden ser un
rasgo de la infección. Recién lo sabrán cuando sea examinado en el laboratorio de
Atlanta, pero es un aliento importante. "Sería grandioso", subrayan.
Luego de 10 días, el equipo reunió muestras de 105
animales de diferentes especies, incluidos un murciélago y un puercoespín. Si
llegasen a encontrar un caso positivo, intentarán replicar el virus en el
laboratorio para trazar la secuencia de los genes y tener una imagen más
completa de la cepa. El proceso puede llevar, por lo menos, meses.
Protective gear for a makeshift lab in Manfouete. There, the scientists catalogue what they caught in
traps. Even though the biologists received the smallpox vaccine, it is only 85
percent effective against monkeypox (Washington Post)
Protective gear for a
makeshift lab in Manfouete. There, the scientists catalogue what they caught in
traps. Even though the biologists received the smallpox vaccine, it is only 85
percent effective against monkeypox (Washington Post)
Los científicos empacan para emprender el regreso. Muchos
materiales se quedan como donación. El último día, hay una cena de despedida con
150 presentes bajo un árbol de mango de una altura de cinco pisos. Arroz,
frijoles, pescado, cabra y saka-saka, un plato de vegetales.
Al caer la noche, comienzan las danzas con ritmos
congoleños. Los niños disfrutan.
La mañana siguiente marca el adiós. Los científicos
saludan desde el barco. "¡Gracias, hasta la próxima!", exclaman.
En algún lugar de los tanques de nitrógeno que llevan de
regreso está, o eso esperan, una respuesta al preocupante brote.
(Un artículo de Lena H. Sun para el Washington Post.
Fotos por Melina Mara)