
Comparadas con las cuatro de Toronto/2015,
diez medallas de oro en Lima/2019 representan una mejoría de 150% en el último
desempeño de nuestros atletas. Se trata de un significativo salto cuantitativo
y cuantitativo para el deporte dominicano.
Es, por mucho, la mejor participación
quisqueyana en los anales de los Juegos Panamericanos, que nos ha posicionado
como país élite del desarrollo deportivo en nuestro continente. Somos campeones
nada menos que en diez de las sesentiseis disciplinas correspondientes a 39
deportes con 42 países participantes.
Al llegar a este punto es necesario precisar
que, pese a haber obtenido 41 medallas en los XIV Panamericanos Santo
Domingo/2003, los como países sede gozan del privilegio de que sus atletas no
tienen que clasificarse en procesos de eliminatorias regionales, en esa ocasión
la República Dominicana fue representado por alrededor de 600 atletas (mucho
más del doble que ahora) mientras en estos juegos las 40 medallas fueron
obtenidas en la ruta sólo por 206 atletas. Esto agrega un valor relativo
inmenso en comparación con la cifra absoluta anterior.
La actuación cobra mayor dimensión, si se
toma en cuenta que los dominicanos compartimos la isla La Española con Haití y
que somos un país muy pequeño, de apenas 48 mil kilómetros cuadrados con 10.5
millones de habitantes nativos; pobre, con déficits económicos, sociales,
educativos y sanitarios ancestrales; con bajo ingreso percápita y que
competíamos con parte de las más grandes potencias mundiales (Estados Unidos y
Cánada) y potencias económicas medias
(Brasil, Méjico, Argentina y otrora Venezuela...) dentro de las cuales cabemos
territorialmente decenas y hasta centenares de veces.
Así,
pues, esos atletas nuestros, verdaderos héroes deportivos y económicos (porque
indefectiblemente su actuación se habrá de traducirse en una gran proyección
internacional de la República Dominicana como destino turístico) deben ser
reconocidos por toda la sociedad y compensados materialmente por el Estado,
mediante disposiciones de protección social y de crecimiento humano que les
cambie para bien su vida y la de su núcleo familiar directo.
Por Carlos Rodríguez, periodista y
articulista dominicano