Eso, la película que nos mostró que el diablo tiene cara de payaso y el poder de materializar los terrores de la infancia, que no por infantiles dejan de tener, a veces, su utilidad cuando nuestra vida está en juego.
Dos años han pasado fuera y veintisiete dentro de la pantalla del cine y en el pueblo de Derry desde el último avistamiento de Eso.
Si no todos los miembros del Club de los Perdedores se encuentran aún listos para enfrentar de nuevo al payaso peligroso y tenebroso, nosotros podremos plantar cara a El Mal en esta cinta -o al menos explicarlo- gracias a Mathias Clasen, investigador de la Universidad de Aarhus, en Dinamarca, que estudia las raíces bioculturales del horror en la ficción.
Dos años han pasado fuera y veintisiete dentro de la pantalla del cine y en el pueblo de Derry desde el último avistamiento de Eso.
Si no todos los miembros del Club de los Perdedores se encuentran aún listos para enfrentar de nuevo al payaso peligroso y tenebroso, nosotros podremos plantar cara a El Mal en esta cinta -o al menos explicarlo- gracias a Mathias Clasen, investigador de la Universidad de Aarhus, en Dinamarca, que estudia las raíces bioculturales del horror en la ficción.
A pesar de que, como afirma Clasen que afirman los sociólogos, fuera de las ya incontables cintas de terror en las que el monstruo en turno es “el mal” encarnado, atribuir a una criatura intenciones netamente malévolas -así sea Lucifer, el Portador de la Luz que, irónicamente, es el Príncipe de las Tinieblas- porque es la única razón de su existencia, es sólo el reflejo de la necesidad psicológica que cada uno de nosotros tenemos de deshumanizar a quienes -correctamente o no- culpamos de actuar en perjuicio nuestro para así iniciar la cacería de brujas en su contra con la consciencia tranquila y sin remordimientos, toda vez que asumimos que la superioridad moral está de nuestro lado.

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