La semana pasada, una persona anónima le dijo a un congresista republicano que votó con los demócratas a favor del proyecto de ley de infraestructura que él y su personal deberían morir.
El lunes, Twitter
agregó una etiqueta de advertencia a un video de dibujos animados compartido
por otro congresista republicano en el que asesinó a un colega del otro lado
del pasillo.
El miércoles, un
organizador de Black Lives Matter amenazó con “derramar sangre” si el alcalde
electo de Nueva York reinstalaba una controvertida unidad policial contra el
crimen. El viernes se publicó una entrevista en la que el expresidente Donald
Trump defendió a los alborotadores que pedían el ahorcamiento de su
vicepresidente.
En enero, un nuevo
miembro del Congreso prometió venir a trabajar armado. Otro admitió que,
atrincherado en su oficina mientras una turba recorría los pasillos del
Capitolio el 6 de enero, pensó que podría tener que usar su propia arma para
defenderse. Otro miembro del Congreso le apuntó con un arma durante una reunión
en el ayuntamiento. Y uno de los 10 republicanos que votaron para acusar a
Trump, temiendo por la seguridad de su esposa e hijos, decidió no buscar la reelección.
Por Brian Michael Jenkins, asesor principal del presidente de RAND
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