En una nación
como la Venezuela actual, donde no hay control de calidad, ni control de
precios, los aumentos salariales son la respuesta más descarada de la dictadura
de Nicolás Maduro al desastre de la economía nacional. Es una graciosa astucia
que convierte la llamada revolución bolivariana en un motín de encapuchados que
asaltaron el poder.
Una de las
grandes tareas que esperan al gobierno que sustituya a la dictadura es rehacer
la Hacienda Pública, estimular la reorganización de la industria nacional, remediar
la escasez, poner en orden la vorágine de los precios, atraer con seguridad
jurídica las inversiones extranjeras.
El heroísmo del
pueblo al soportar largas colas en los bancos para obtener migajas de efectivo,
encontrar transporte para ir al trabajo, la escuela, la universidad y regresar
a los hogares, la búsqueda de medicamentos en un sinfín de farmacias, la quema de la basura en
las calles por falta de Aseo Urbano, la penuria de la falta de agua y
electricidad, las dificultades para ser atendidos en los hospitales, la espera
para velar y enterrar a sus muertos, ha convertido a Venezuela en un calvario.
Ahora con el
mito de unas elecciones para renovar la presidencia, un pueblo intoxicado de lo
que le dan, ha olvidado que no puede concurrir a un proceso de antemano
viciado, que denunció Smarmatic, la empresa que certificaba la pulcritud de los
comicios. A los títeres que sirven al régimen para dotarlo de legalidad, pero
no de legitimidad, hay que decirles que nada es inocente. Detrás de los
empujones que le quieren dar al pueblo para que vaya a las urnas, deben haber
pactos misteriosos.
Estamos en una
situación de sálvese quien pueda y con el éxodo de los venezolanos hacia otras
latitudes llegamos al punto de decir “el último que apague la luz”. Miguel
Vargas Llosa ha dicho que Venezuela es un país en desintegración, lo que vale a
decir que esto ya no es un Estado sino un clima, un viento, que desearíamos que
fuera “el barinés”, que llamó la gran poetiza guayanesa Luz Machado “viento de
presagio”, que ojalá se convierta en
huracán y se lleve a los fabricantes de injurias que forman un gobierno de
analfabetas en un mundo globalizado del siglo XXI.
Venezuela es un
país herido. Pero con el gran jurista español San Isidoro de Sevilla con fe
debemos concluir “Siempre hiere Dios a quienes prepara para la eterna
salvación”. Venezuela, como el ave fénix, resurgirá de sus cenizas.
Julio Portillo